lunes, 29 de abril de 2024
30 de abril - 1° de mayo. Saludo de los Obispos uruguayos en el Día de los Trabajadores.
viernes, 26 de abril de 2024
Palabra de Vida. “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí” (Juan 14,1-6).
26 de abril de 2024.
Viernes de la IV semana de Pascua.
Estos comentarios son preparados, normalmente, para las meditaciones diarias de los jóvenes de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza, pero todos podemos sacar algún provecho de ellas.
“Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes”. (Juan 15,1-8). V Domingo de Pascua.
Quienes, como yo, crecimos circulando por las rutas de Río Negro, en el litoral uruguayo, nos acostumbramos al paisaje de los trigales… la tierra negra preparada, la llegada de la siembra, las plantitas verdes que van creciendo y espigando y los campos dorados a la hora de la cosecha.
Un día me encontré en un paisaje diferente, de campos anegados con plantas creciendo entre el agua, rodeados por una ingeniería de canales y taipas: los arrozales de Cerro Largo y Treinta y Tres.
Ahora hace tres años que vivo en Canelones y me gusta su paisaje de chacras, de tierra trabajada y cultivada, de huertos de frutales… pero los viñedos y sus hileras llaman siempre mi atención.
Las palabras de Jesús que nos presentan los evangelios están llenas de imágenes relacionadas a la ganadería, al pastoreo, como escuchamos el domingo pasado; pero las que han sido tomadas de la agricultura no se quedan atrás. Cereales como el trigo y otros similares, así como los viñedos, no eran paisajes ajenos a Jesús. No por casualidad nos dejó su presencia bajo los signos del pan y del vino que vienen de esos cultivos.
El domingo pasado Jesús se presentaba como el buen pastor. Hoy comienza diciéndonos:
“Yo soy la verdadera vid” (Juan 15,1-8)
Pensándolo un poco, no deja de ser una comparación un poco extraña… porque la imagen anterior, la del pastor es enormemente dinámica. El pastor que cuida sus ovejas, que las guía hasta las aguadas y los pastos verdes, que las defiende del lobo, que sale a buscar la que se ha perdido…
La vid, en cambio, es una planta, fijada al suelo por sus raíces. Es una imagen completamente distinta.
Sin embargo, al igual que la figura del pastor recorre toda la Biblia como imagen de Dios que cuida a su pueblo, también la imagen de la vid está presente desde los primeros libros sagrados.
Mirando primero a la vida cotidiana, vemos que la viña era una propiedad especialmente valorada por la familia que la tenía. El primer libro de los Reyes nos cuenta la trágica historia de Nabot, que era dueño de un viñedo vecino al palacio real. El rey Ajab ofreció cambiársela por otra mejor, o pagarle su valor.
Pero Nabot rechazó la oferta: «¡El Señor me libre de cederte la herencia de mis padres!». (1 Reyes 21,1-3). Para Nabot, la viña no era un medio de producción que puede ser intercambiado, incluso con una buena ganancia: era parte de su historia familiar, algo que lo unía a sus raíces… por eso no quería, no podía, desprenderse de ese bien, que esperaba transmitir un día a sus hijos.
Jezabel, la malvada esposa del rey, enterada de la negativa, urde una trama que lleva a la muerte de Nabot y a la apropiación de su viña por el rey. Dios hará justicia, pero eso es otra historia.
Pero, más allá del valor que una viña podía tener para sus dueños, en la Biblia la viña es, ante todo, el pueblo de Dios, la Viña del Señor. Esa expresión nos ha quedado en un refrán que todavía usamos: “hay de todo en la viña del Señor”; o sea, hay de todo aún en su pueblo, donde puede darse una historia como la de Ajab, Jezabel y el pobre Nabot.
El salmo 80, que invoca a Dios como pastor, en otra parte lo llama a visitar su viña, es decir, a visitar a su pueblo:
“Vuélvete, Dios de los ejércitos, observa desde el Cielo y mira:
ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano.” (Salmo 80,15-16)
A poco que conozcamos la historia de la Salvación, es decir la historia de la relación de Dios con su Pueblo, vemos que ha sido una historia complicada, con muchos momentos en que el Pueblo rompió su alianza con Dios. El profeta Isaías recuerda uno de esos momentos en “la canción de la viña” (capítulo 5), que habla de una plantación que, a pesar de haber sido cuidada con mucha dedicación y cariño, no dio dulces uvas, sino frutos agrios, los frutos de la infidelidad.
Con este trasfondo se presenta Jesús como “la Vid verdadera”. Es que Él viene a restablecer la alianza de Dios con los hombres; no la primera, únicamente con el Pueblo de Israel, sino con toda la humanidad, con todos los pueblos de la tierra.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. (Juan 15,1-8)
En estas palabras Jesús establece su relación con nosotros y la de nosotros con él. Los sarmientos son las ramas de la vid, que solo pueden crecer recibiendo de ella la savia. Por eso, hay un verbo que se repite a lo largo de esta gran alegoría que presenta Jesús: permanecer.
Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto (…)
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca (…)
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. (Juan 15,1-8)
Permanecer tiene muchos significados. Puede entenderse como no moverse, quedarse siempre en el mismo lugar, mantener la misma actitud, no cambiar… Pero se trata de permanecer en Jesús. Esa fue la experiencia de los discípulos: estar con él. Detenerse con él, cuando había que hacer un alto en el camino y caminar con él, seguir a su lado cuando retomaba la marcha.
Pero fundamentalmente, se trata de permanecer más allá de todo lo que pueda pasar, porque es permanecer en su amor, sostenidos por su amor. Otra vez recurrimos a San Pablo, que nos habla desde su propia experiencia espiritual:
“Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filipenses 4,13)
“Todo lo puedo”: todo lo bueno, todo lo que tengo que hacer en el seguimiento de Jesús, en el trabajo por su Reino.
Permanecer en Jesús es vivir en la esperanza, una esperanza que está más allá de todas nuestras limitaciones humanas, más allá de nuestra vida misma, porque es una esperanza de eternidad. Permanecer en Jesús: desde ahora y para siempre.
Noticias
El próximo miércoles es primero de mayo, Día de los trabajadores y fiesta de San José Obrero. En nuestra Diócesis hay dos parroquias que lo tienen como patrono: Montes y Paso Carrasco. También las capillas de San José de los Troncos, en Canelones; San José de los Obreros, en Parque del Plata Norte y San José Obrero en Cassarino, parroquia de Joaquín Suárez.
El sábado 4 y domingo 5 se realizará en nuestra diócesis la colecta para el sostenimiento del Seminario. Agradezco a todos su colaboración.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
jueves, 25 de abril de 2024
San Marcos Evangelista. “Descarguen en Él todas sus inquietudes” (1Pedro 5,5b-14)
25 de abril de 2024.
Palabra de Vida.
Fiesta de san Marcos, evangelista, que en primer lugar siguió a san Pablo, en Jerusalén, en el trabajo apostólico y más adelante siguió los pasos de san Pedro, que lo llama su hijo. Se dice que su evangelio recogió la catequesis de Pedro a los romanos y que fue el quien instituyó la Iglesia de Alejandría (s. I).
miércoles, 24 de abril de 2024
Palabra de Vida: Permanecer en la Luz (Juan 12,44-50)
Miércoles de la cuarta semana de Pascua.
24 de abril de 2024.
martes, 23 de abril de 2024
Palabra de Vida: “Mis ovejas escuchan mi voz” (Juan 10,22-30)
Martes de la cuarta semana de Pascua.
23 de abril de 2024.
sábado, 20 de abril de 2024
Palabra de Vida: ¿A quién iremos? Él es nuestra Esperanza (Juan 6,60-69)
20 de abril de 2024.
Tomado del Papa Benedicto XVI, Spe salvi, Nº 31
“¡Levantemos el corazón!” Carta Pastoral del Obispo de Canelones con motivo del Año Vocacional Nacional.
“¡Levantemos el corazón!”
Carta Pastoral del Obispo de Canelones con motivo del Año Vocacional Nacional
1. Pongámonos en oración
Queridos diocesanos:
“¡Levantemos el corazón!” es la invitación que nos hace el sacerdote, al comenzar uno de los momentos más importantes de la Misa. “¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!” es la respuesta de la comunidad. Levantar el corazón al Señor, levantar el corazón al Padre, es la actitud necesaria para quien quiera ponerse en oración.
El Papa Francisco nos invita a hacer de 2024 un año de oración en preparación al Jubileo de 2025.
Los Obispos uruguayos hemos convocado a un año vocacional y en él la oración tiene un lugar central. Todos recordamos las palabras de Jesús:
“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.”
(Mateo 9,37-38 y Lucas 10,2).
Ante la falta de obreros, el Señor nos exhorta a orar, a levantar el corazón hacia el dueño de los sembrados. Levantar el corazón al Padre.
2. Dejémonos urgir
En estos días los viñedos de Canelones y de algunos otros lugares del país están concluyendo los trabajos de la vendimia, no sin pasar por algunas dificultades. Muchos hombres y mujeres se han desplazado de un lugar a otro para sumarse a la recolección de los racimos.
La cosecha es una actividad que tiene su momento preciso. Y cuando llega ese momento, hay que recoger lo producido porque si no, se pierde.
Por eso cuando Jesús habla de cosecha, él siente esa urgencia. Si no hay obreros, hay almas que se pierden. Por eso nos urge a levantar el corazón a Dios y pedir que envíe trabajadores.
3. Oremos con la madre de Samuel…
En la Palabra de Dios encontramos muchos modelos de oración y de personas orantes. Los invito a que contemplemos la oración de una mujer: Ana, que encontramos al comienzo del primer libro de Samuel (1,1-18).
Ana es una mujer que sufre mucho, porque no ha podido tener hijos. En una peregrinación al santuario, ella “con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente”; “oraba en silencio; sólo se movían sus labios, pero no se oía su voz”. Esto hizo pensar al sacerdote, que había estado observándola, que Ana estaba en estado de ebriedad y la increpó para que saliera del santuario.
Pero Ana pudo explicarse: esto “ha sido por el exceso de mi congoja y mi dolor”. El sacerdote, entonces, le dijo: “Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que tanto le has pedido”. Y así fue. Ana marchó en paz y su oración fue escuchada. Y fue la madre de quien sería el profeta Samuel.
Leamos despacio -luego- este comienzo del primer libro de Samuel. Dejémonos conmover por la súplica de Ana. Tal vez nuestros sentimientos no lleguen a esos extremos de amargura, desconsuelo, congoja, dolor… pero contemplando a Ana podemos también encontrarnos nosotros mismos, en algunas situaciones que vivimos.
4. … pidiendo hijos para el Uruguay y para la Iglesia
En Ana podemos encontrarnos como pueblo uruguayo que ve disminuidos sus hijos. Son los datos del Censo. El crecimiento de la población del Uruguay ha sido ínfimo y no se debe tanto al número de nacimientos, que ha decrecido, como a la llegada de inmigrantes, sobre todo de otros países de América Latina. En la esterilidad de Ana se refleja la esterilidad que va ganando a parte de nuestro pueblo, que, por distintas razones no llama a la vida nuevos hijos. Esto genera varios sentimientos que pueden no ser los mismos de Ana, pero son también de sufrimiento.
Y en Ana también podemos encontrarnos como Iglesia que peregrina en Uruguay. Sin negar signos de vida ni motivos de alegría, como se dio en muchas ocasiones el año pasado, con la beatificación de Jacinto Vera y en varios acontecimientos de la vida de nuestras diócesis, hay una realidad que nos interpela fuertemente, y es el decrecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
En este año, por primera vez en mucho tiempo, el Seminario Interdiocesano no recibió ningún ingreso. Desde hace tiempo los ingresos venían siendo muy pocos; pero este año el número fue cero. Aquí también se refleja la esterilidad de Ana.
La Iglesia engendra menos hijos y eso también se refleja en las estadísticas. Disminución, desde hace años, del número de nuevos bautizados, de los niños en catequesis, de las confirmaciones, de la participación en la Misa dominical, de los matrimonios… Algunas comunidades escapan a esta realidad y están llenas de vida; pero muchas otras ven el paulatino envejecimiento de sus miembros que, poco a poco, van partiendo a la Casa del Padre dejando vacío un lugar que ya nadie ocupa.
Entonces, levantemos el corazón, cumplamos la indicación del Señor y elevemos nuestra oración al Padre. Ahora bien ¿Cómo pedir? ¿Qué pedir?
5. Oremos de verdad
¿Cómo pedir? De nuevo, contemplemos a Ana en su súplica. Ana no está “haciendo los deberes”. Está orando de verdad, abriendo su corazón delante del Señor, confiándose a Él, al Dios de Consuelo y de Misericordia. Podemos rezar de muchas maneras: desgranando las cuentas del Rosario, en adoración ante el Santísimo Sacramento, en la lectura orante de la Palabra de Dios, como comunidad reunida en la Eucaristía, en el comienzo o el final de una reunión pastoral. Puede ser la oración por las vocaciones, un Padrenuestro, un Avemaría o una oración espontánea. No faltarán propuestas de vigilias y otros momentos de oración que nos ofrecerá la Pastoral Vocacional… pero no puede faltar en ninguno de esos momentos nuestra confianza, nuestro corazón puesto en cada palabra que dirijamos al Señor, ya sea a solas con Él o como comunidad reunida en oración.
6. Pidamos obreros
¿Qué pedir? Pedir al Padre que envíe trabajadores, es lo que indica Jesús. Las oraciones que han sido preparadas para pedir por las vocaciones han ido incluyendo diferentes vocaciones de servicio y de consagración dentro de la Iglesia. Todos son “trabajadores” y todo hay que pedirlo: fieles laicos que vivan su compromiso cristiano en la Iglesia y en el Mundo; matrimonios que formen familias cristianas; misioneros, catequistas, ministros laicos; hombres y mujeres que se consagren a Dios en un carisma con los votos de pobreza, obediencia y castidad; diáconos permanentes, sacerdotes… Sentimos especialmente la falta de sacerdotes y de personas consagradas y por eso, en este año, queremos pedirlo fervorosamente.
7. Pidamos por nuestra comunidad
Sin embargo, la oración tal vez tiene que empezar pidiendo por la propia Iglesia, desde la comunidad de la que hacemos parte.
Que cada comunidad pida al Señor ser una comunidad orante y misionera, fraterna y servicial, donde cada persona sea importante, desde los más pequeños a los mayores en edad.
Una comunidad que se sienta en su conjunto responsable de la catequesis como introducción a la vida cristiana.
Una comunidad donde haya lugar para los niños, adolescentes y jóvenes. Los jóvenes necesitan espacio… y tiempo. Hay jóvenes en las parroquias donde hay adultos dispuestos a “perder el tiempo” con ellos, a escucharlos, a acompañarlos. Y allí donde hay jóvenes, llegan otros jóvenes.
8. Pidamos auténticas vocaciones
Las auténticas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada surgen en el seno de una comunidad viva, que no está cerrada sobre sí misma, sino atenta al anuncio del evangelio y al servicio de los pobres.
Son elementos a tener en cuenta en el discernimiento de las vocaciones de especial consagración: la participación consecuente en la vida de una comunidad, los vínculos sanos con los hermanos y hermanas, la actitud de servicio, junto con la vida espiritual y la oración personal.
La respuesta al llamado es personal, tal como lo refleja la historia de la vocación de Samuel, el hijo de Ana (I Samuel, capítulo 3). Personal, pero no individualista, sino en el marco de una vida de familia, de comunidad, de pertenencia al Pueblo de Dios. Deben ser discernidas con mucho cuidado las presuntas vocaciones que aparecen como “sueltas”, sin el marco de una comunidad y que pueden responder más a una necesidad de protagonismo, a un falso mesianismo o aún a un narcisismo.
9. Crezcamos en la unión con Cristo Esposo
Es el momento de retomar la historia de Ana, ya que hemos mencionado a su hijo. El esposo de Ana se llamaba Elcaná y él tenía siempre con ella una atención especial “porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril” (v. 5). Al regreso de su peregrinación, nos cuenta el libro de Samuel:
“Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor».” (1,19-20).
Cumpliendo su promesa, Ana llevó a Samuel, entregándolo a Dios para el servicio del templo. Más adelante Ana “concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. (2, 21)
No basta la oración de la mujer para que ella pueda ser madre. Si vemos a nuestra comunidad reflejada en la oración de Ana, para que su vientre sea fecundo nuestra comunidad ha de unirse a su esposo. Y el esposo es Cristo.
Cristo es el esposo que ama a la Iglesia, que entregó su vida por ella, como lo recuerda san Pablo a los Efesios:
“Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Efesios 5, 25-27).
El mismo Pablo muestra su celo como amigo del Esposo, que quiere llevar ante Él una novia pura:
“Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura” (2 Corintios 11, 2).
Como comunidad, necesitamos estar con el Esposo. Necesitamos estar con Jesús: en la escucha de su Palabra, en la oración, en los sacramentos, en el servicio al hermano pobre y necesitado, donde Él también está presente.
Creciendo cada día en la unión con Cristo, personalmente y en comunidad, el Señor nos dará
“comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a [Él] y a la evangelización” (Papa Francisco, Jornada mundial de oración por las vocaciones, 2017).
10. Recibamos la visita del beato Jacinto…
Para acompañarnos en la oración, visitará nuestras comunidades, a lo largo del año, una reliquia del beato Jacinto Vera. De esta forma sentiremos de nuevo la cercanía del antiguo párroco de Canelones, luego Obispo, que recorrió muchas veces nuestro departamento en sus visitas pastorales. Hagamos esto con tiempo, sin apuros, de modo que la reliquia pueda detenerse y ser motivo de reunión para la oración, no solo en las iglesias parroquiales, sino en cada capilla u oratorio, así como en los centros de educación católica, o en todo lugar donde sea oportuno y adecuado.
11. … y confiémonos a nuestra Madre.
El año vocacional culminará con la Peregrinación Nacional a la Virgen de los Treinta y Tres, en Florida, el domingo 11 de noviembre. De más está decir que estamos todos invitados a llegar ese día al altar de la Patria y unirnos allí en oración ante nuestra Madre.
Nos confiamos al Padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay, el beato Jacinto Vera y a la Madre y patrona de nuestra Diócesis, Nuestra Señora de Guadalupe.
Hermanos y hermanas: ¡levantemos el corazón! Que el Señor reciba nuestras súplicas y derrame sobre nosotros su bendición.
viernes, 19 de abril de 2024
Los "Retiros Parroquiales Juan XXIII" en Canelones volvieron... ¡y volverán!
Los Orígenes
La llegada a Canelones
Y volvieron...
¡... Y volverán!
Palabra de Vida: Vivir en Jesús (Juan 6,51-59)
Viernes de la tercera semana de Pascua.
19 de abril de 2024.